5 de abril, 2012
La calle perpendicular a donde vivimos es todo un descubrimiento. Rica para caminar. Entre los edificios de no mas de cuatro pisos hay casitas y tiendas, restaurantes, pubs, bancos, etc. En uno de los cafés llegan muchos caminando o en bicicleta. Se encuentra la gente que ya ha salido del trabajo. Una que otra pareja de retirados pasean a sus lindos perros.
De a poco, las hojas de los arboles van cambiando de color. Algunos estan marroncitos, algunos amarillentos, otros van tomando un tono rojizo. Es como si el otoño quisiera llegar suavemente, para no alterar a una ciudad de suyo complicada y trabajadora. Como si no quisiera imponerse para no ser despreciado.
Las personas ya comenzaron a sacar sus chaquetas y sweaters. Las sandalias van desapareciendo de los ajuares de los santiaguinos. Advierten que la próxima semana la temperatura tendrá un repunte. Y la gente se aferra a eso como a una tabla de salvación. Esperanza inútil, porque no importa lo que hagan el otoño llegara, como preludio de un fuerte invierno.
Mañana es feriado. La ciudad, dicen, se vaciara. Pero por lo que vemos esa ausencias Sera compensada por brasileños, a quienes la moneda les conviene.
Nosotros caminamos todas las tardes. Y rogamos porque no llueva, no todavía.
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